sábado, 25 de diciembre de 2010

Edición y gestión digital en la Biblioteca Pública

Edición y gestión digital en la Biblioteca Pública

LA INDUSTRIA DEL LIBRO intenta controlar el emergente mercado digital. Sus primeros movimientos revelan la apuesta por contenidos, formatos y dispositivos cerrados. Pretende imponer qué, cómo, cuándo, dónde comprar y, además, cómo gestionar.
Las bibliotecas pueden aceptar “eso” como normal o pueden también tener presente que su actividad como usuarias de la tecnología les puede ayudar a replantear sus servicios (entre ellos el acceso y la gestión de la información) al margen de las condiciones del mercado.
Muchos usuarios acuden a las bibliotecas interesándose por esos “nuevos libros” y van a tener su primera experiencia de lectura en los nuevos soportes (ebook, móvil, consola…) gracias a la biblioteca. A diferencia de la industria (que piensa en clave económica), la biblioteca tiene ante sí un reto de difusión cultural y debe asumir el coste de experimentar e innovar para imaginar nuevos servicios (entre ellos, la edición de contenidos de calidad en formatos abiertos, accesibles sin distinción de poder adquisitivo o preferencias tecnológicas) que fomenten la aparición de usuarios con espíritu crítico ante los nuevos contenidos digitales y sus condiciones de acceso y consumo.
Abordar la edición y gestión de contenidos en clave bibliotecaria no es cerrar los ojos ante la realidad: los grandes grupos manejarán la producción e intentarán marcar las pautas de consumo; abordar una estrategia bibliotecaria de edición y gestión digital es plantearse cómo se generan y distribuyen contenidos que a uno como usuario le interesan; es entender el concepto de la larga cola y lanzarse decididamente a definir dentro de ella el “nicho de mercado” que queremos explotar bajo “premisas bibliotecarias”; es, en definitiva, intentar moldear futuras conductas de consumo de lectura.
El fondo de las bibliotecas se desplaza desde la estantería hacia la nube; “lectura y pantalla” están sustituyendo a “lectura y papel” y necesitamos repensar el concepto de fondo dando el salto desde la “colección almacenada” hacia la “información gestionada”. Gestionar información digital exige tener en cuenta factores ajenos al libro (sistemas operativos, navegadores, programas, dispositivos…) y tomar decisiones que influyen y repercuten en la difusión de los contenidos.
El contenido local constituye un segmento no atractivo para la industria editorial pero indispensable para las instituciones. ¿Por qué no aprovechamos la edición digital para fomentar su creación, difusión y conservación bajo el paraguas de la iniciativa pública?
La biblioteca puede asesorar sobre licencias, hacer hincapié en la necesidad de su difusión en pantallas, ofrecerse para realizar la edición digital desde el original. Es necesario estar alerta y conocer los proyectos editoriales de los diferentes departamentos de la Administración local para ofrecerles nuestros servicios. Y debemos asumir como propias tareas de intermediación entre el autor y los lectores (ser agentes literarios); tareas cuyo objetivo no será la consecución de un beneficio económico sino la creación, conservación y difusión de la memoria local.
Hablar de las nuevas formas de lectura es arriesgado pero podemos intuir varios frentes que afectan a los servicios bibliotecarios:
- Dispositivos, bien de los propios usuarios (móviles, consolas, ebook…) o dispositivos que la biblioteca compra y prepara para prestar.
- Deslocalización de la colección y de los usuarios (muchas accederán al fondo vía web).
- Readaptación de espacios: mayor importancia del espacio web y “liberación” de los espacios de la biblioteca.
- Y, sobre todo, aparición de nuevas mixturas de contenidos.
Es evidente que el libro en papel va a permanecer cuando muchos de los dispositivos que ahora nos parecen pioneros estén en desuso. En este momento la compra de dispositivos sirve para dar a entender al usuario que la biblioteca se está adaptando al nuevo entorno y que, si así lo desea, le va a seguir acompañando en sus lecturas.
Las estrategias de gestión que la biblioteca utiliza tienen que evolucionar para adaptarse a las nuevas maneras de lector-escritura que demanda la sociedad. Es muy importante asumir que contenido, formato y dispositivo no son indisociables.
Si dejamos que se imponga el “modelo cerrado” que la nueva industria editorial quiere implantar el futuro de la transmisión de la información se nos escapará. La biblioteca tiene que defender que se puede leer en diferentes formatos y de diferentes maneras.
Empezar a “pensar” en digital es fundamental para entender que podemos ayudar a contar, a difundir, a conservar. Sea cual sea el usuario que acuda, los “conpantalla” (presentes y futuras) o los “sinpantalla”, allí debe estar la biblioteca para ofrecerle sus servicios.
Cómo citar este artículo:
Juárez-Urquijo, Fernando. “Edición y gestión digital en la Biblioteca Pública”. Anuario ThinkEPI, 2011, v. 5, pp. ¿¿-??.

Comentarios de las noticias: la pesadilla de los cibermedios

Comentarios de las noticias: la pesadilla de los cibermedios

LOS MEDIOS de comunicación han integrado con gran rapidez la participación de la audiencia en sus sitios web.
El abanico de herramientas ofrecidas es muy amplio: valoración de informaciones, comentarios de noticias, intervención en foros, encuestas, envío de contenidos noticiosos en cualquier formato (foto, vídeo, audio, texto), etc. Los comentarios de las noticias se han convertido en mecanismos de participación habituales en los cibermedios y han alcanzado gran aceptación entre los lectores.
Según un estudio del Bivings Group1, en 2008 el 75% de los medios digitales de los Estados Unidos brindaban a los lectores la posibilidad de comentar las noticias. En 2007, únicamente lo hacía el 33% y el año anterior un exiguo 19%.
La participación es una característica propia de la comunicación en internet y una demanda de los usuarios. Los medios son conscientes de ello y han derivado de ser simples proveedores de información a intentar convertirse en comunidades online, convencidos de que esta estrategia es una vía eficaz para incrementar el número de usuarios y fidelizar a su público. Sin olvidar, las posibilidades que la cercanía con la audiencia ofrece como fuente de información durante el proceso productivo.
En los últimos meses, sin embargo, han surgido algunas voces críticas con los espacios de participación en los medios, muy en particular con los comentarios a las noticias2.
Y es que el éxito de esta forma de participación ha derivado en una problemática inicialmente no prevista: su gestión. Los principales medios reciben miles de comentarios cada día. Algunos, pocos, son aportaciones interesantes que alimentan ricos debates, pero entre ellos se escabullen, cada vez con más frecuencia, mensajes con insultos, descalificaciones y alegatos racistas y xenófobos3.
Un estudio reciente4 demuestra que no existe un auténtico debate entre los participantes. Aunque los insultos no son habituales, sí que lo son las descalificaciones; y, en general, los hablantes no se reconocen como interlocutores válidos.
Las descalificaciones tienen como destinatarios a los actores principales de las noticias, instituciones del Estado (gobierno, judicatura…), políticos, los autores de las noticias o los medios que las publican, grupos sociales identificados como el “enemigo” y otros lectores que han intervenido previamente. Tampoco muestran interés por los argumentos de otros; y las interpelaciones entre los participantes son escasas y sin carácter crítico, cuando aparecen suelen tener un tono peyorativo.
El estudio no ha hecho más que evidenciar una preocupación que muchos responsables de medios ya habían constatado previamente y que se ha traducido en la decisión de cancelar o establecer limitaciones en los mecanismos de participación. El diario Segre, por ejemplo, decidió suprimir los comentarios de las noticias, tras tener que afrontar una querella por injurias a raíz de un comentario de un lector en un fórum.
Otros medios, como Avui5Público6 o 20 minutos7, han instaurado sistemas de moderación, han prohibido el anonimato o han establecido restricciones, clausurando ciertos contenidos a comentarios.
Los medios norteamericanos no se han librado del mismo problema. La mayoría de los grandes cibermedios, USA todayWall Street journalNew York timesLos Angeles times,Washington postChicago tribune…, han establecido algún sistema de control de los contenidos generados por la audiencia, que van desde la existencia de equipos de moderación a la posibilidad que sean los propios lectores los que informen de mensajes inapropiados.
USA todayLos Angeles timesWashington postPhiladelphia inquirerDenver post o elHouston chronicle, por ejemplo, exigen un registro antes de poder comentar noticias; elNew York times o el Chicago tribune revisan los comentarios antes de su publicación.
El New York daily news y el Denver post emplean ambas estrategias: registro y moderación. Algunos medios han ido más allá, como el Sun chronicle, que ha establecido un sistema de pago para poder comentar las noticias (99 centavos). En Europa, en Le monde sólo los abonados (6 € al mes) pueden comentar.
Sobre el control de los comentarios
Aceptado el principio de que la libertad de expresión no puede conculcar otros derechos fundamentales y que no debe estar por encima del respeto y la responsabilidad, buena parte del debate se ha centrado en discutir sobre la eficacia de los sistemas de control y sobre quién debe ejercer ese control; y, muy especialmente, en torno a la necesidad o no de prohibir los comentarios anónimos. Aunque no faltan las voces que reniegan de cualquier forma de moderación, considerada una forma de censura, éste no deja de ser un discurso minoritario y, en general, se acepta la necesidad de alguna forma de gestión de la participación.
Algunos medios han optado por externalizar la moderación, una solución económica, pero controvertida. Por un lado, se ha mostrado poco eficaz. Así lo reconocía, por ejemplo, la defensora del lector de El país, en respuesta a las quejas recibidas de los usuarios por el tono de algunos comentarios aparecidos8. Pero, sobre todo, parece contradictoria con los discursos que los medios han articulado sobre la importancia de la participación, lo “saludable” que es conocer la opinión de los lectores al instante, o la riqueza que aporta a la práctica periodística.
Pocos son los medios donde los propios periodistas se responsabilizan de supervisar los contenidos de los comentarios de las noticias que han publicado, una práctica que podría contribuir a la mejora de las informaciones. Al fin y al cabo, los lectores siempre han sido una fuente de información importante a para los periodistas. La mayoría aducen falta de tiempo para no asumir esa labor y tampoco faltan los que defienden que controlar la opinión de los lectores no es tarea periodística9.
Más habitual es encontrar equipos de gestión de comunidades, la mayoría formados por periodistas, sobre los que recae el peso de la gestión de la participación. Al ser estos equipos parte del staff del medio, se facilita la colaboración con el resto de la redacción y la derivación a los redactores los comentarios potencialmente interesantes. Aunque, como los anteriores, tienen los mismos problemas ante noticias que reciben un aluvión de comentarios.
Una cuarta vía explotada por algunos medios es dejar en manos de los lectores el determinar qué comentarios se pueden mantener y cuáles eliminar. Esta opción refuerza el punto de vista del medio, pero se ha mostrado poco eficaz para atajar la publicación de comentarios inapropiados y, además, con frecuencia, genera discriminación ideológica. Un paso adelante en la política de ceder a la audiencia la moderación es el que ha anunciado The Huffington post. Este cibermedio propone un sistema de moderación basado en la confianza que los propios autores despiertan en el resto de lectores, un karma cimentado en el historial de las contribuciones y su calidad. 20 minutos tiene previsto desarrollar un sistema simular tras la puesta en marcha de su nueva web10.
El debate entre los profesionales del periodismo ha sido especialmente intenso en los Estados Unidos, donde no han faltado los alegatos a favor de la prohibición de los comentarios11. Compartidos, entre otros, por Jeff Jarvis, que considera que dejar que los usuarios comenten las noticias es un insulto para los periodistas12Jarvis aboga por una colaboración más estrecha entre periodista y lector en fases más incipientes del proceso de producción informativa. El temor por las repercusiones legales derivadas de los comentarios publicados también planea entre los argumentos de los defensores de la prohibición13.
A pesar de estas posiciones más radicales, buena parte de la discusión se ha centrado en torno a la decisión tomada por algunos medios de prohibir el anonimato en los comentarios. Como la que vivieron a través de Twitter los periodistas Mathew IngramHoward Owens. Básicamente, el primero defendía que existen múltiples comunidades en internet que aceptan el anonimato y que gozan de una excelente salud; y que es extremadamente difícil comprobar la identidad de los participantes, aun con sistemas de registro previo. Para Owens, evitar el anonimato es una cuestión de higiene democrática, todo el mundo tiene derecho a conocer quién es su interlocutor.
Otros argumentos en defensa del anonimato citan la violación de la libertad de expresión, el derecho a la privacidad o el interés de los medios por mantener la agenda periodística vinculada a las fuentes institucionalizadas (partidos políticos, gobiernos…). Sin embargo, el más habitual es el que defiende que el anonimato excluye voces del debate, por el temor de mucha gente de usar sus nombres reales ante las posibles repercusiones, o que debilita el rol de los medios como espacio para la discusión14.
Sobre la necesidad de fomentar el debate
Los medios se han dotado de extensas normas de uso que de forma expresa prohíben la difusión de contenidos antidemocráticos, racistas, xenófobos, pornográficos, de exaltación de la violencia, de apología del terrorismo o que atenten contra los derechos humanos. Además, la mayoría han desarrollado sistemas de control, como el registro previo (Diari de Tarragona), la prohibición del anonimato (Avui), la moderación pre (El país) o post (La vanguardiaGrupo Vocento), o la denuncia por parte de los lectores de comentarios inapropiados (Grupo VocentoEl periódico de Catalunya); y algunos, además, han hecho públicos sus criterios de moderación15.
También han establecido filtros automáticos. Sin embargo, las normas se vulneran frecuentemente y los mecanismos de control se muestran insuficientes. Y es que el problema estriba en que los medios no disponen de los recursos humanos suficientes. Los medios establecen normas, pero no tienen recursos para hacerlas cumplir.
Resulta paradójico que los medios no apliquen a las ediciones digitales los mismos controles y rigor que destinan a las ediciones impresas. En un periódico es impensable que se publique una carta al director sin que previamente se haya comprobado la identidad del remitente (entre otros, por motivos legales). Es cierto que las magnitudes son muy distintas, pero ello no justifica la dejación de responsabilidad. Desde su puesta en marcha, los medios no establecieron ningún tipo de filtro.
A pesar de las posibilidades periodísticas que ofrece, los comentarios -y en general los mecanismos de participación- son considerados todavía como vías para incrementar el número de visitas. Las posibilidades económicas han primado sobre las periodísticas. Y si no, cómo se explican avisos legales que incluyen cláusulas como la siguiente: “Unidad Editorial Internet no garantiza la licitud, fiabilidad, utilidad, veracidad o exactitud de los servicios o de la información que se presten a través de Elmundo.es”.
Los espacios de participación de los medios están, hoy por hoy, lejos de ser un lugar de debate. No es suficiente disponer de herramientas para los comentarios y el intercambio de ideas para que éste se produzca. Lo importante no es decir, sino lo que se dice. Esto es, la calidad de los que se dice. Una calidad que, siguiendo a Habermas1617, puede medirse por la presencia de argumentación, la lógica y la coherencia de los argumentos, la búsqueda del acuerdo, el reconocimiento del interlocutor y el respeto en el diálogo.
El debate en los medios de comunicación no sólo es inexistente, sino que tampoco se muestra demasiado interés en generarlo. Se prima la cantidad sobre la calidad de los comentarios. Sólo cambiando este planteamiento, aplicando de forma rigurosa las normas que han desarrollando, evitando el anonimato y limitando las noticias que pueden comentarse (en ciertos medios, por ejemplo, no se permiten los comentarios a noticias de temas delicados, como el Próximo Oriente), los medios podrían recuperar su función de proporcionar espacios para la crítica pública y el compromiso.
El rigor posibilitaría reconquistar aquellas personas que se sienten molestas por el tono de los comentarios, que los consideran poco gratificantes, y ahuyentaría a los charlatanes más interesados en la descalificación, el insulto y sin ningún interés por la verdad. En medios con políticas de participación más restrictivas, se ha observado que reciben proporcionalmente más contribuciones por noticia que en cibermedios aparentemente más abiertos.
Referencias bibliográficas
2. En Facebook, por ejemplo, se ha creado el grupo “por el control de la barra libre en los comentarios de publicaciones online”, que defiende que “hay que dar un paso más en el periodismo digital para que la libertad de expresión no esté por encima del respeto, la responsabilidad y la ética profesional”.
http://www.facebook.com/group.php?gid=108517825873673&v=wall
3. Los ejemplos son múltiples y algunos han llegado a los tribunales, entre los más recientes: Gómez, Rosario G. (2010) “La justicia actúa contra la impunidad de las injurias anónimas en internet”. Elpais.com 19/11/2010
4. Ruiz, Carles et al. (en prensa) “Conversación 2.0. y democracia. Análisis de los comentarios de los lectores en la prensa digital catalana”. Comunicación y Sociedad.
5. “Els comentaris, amb nom i dos cognomshttp://www.avui.cat/noticia/article/4-economia/18-economia/260975–els-comentaris-amb-nom-i-dos-cognoms-.html”.Avui.cat (29/01/10).
8. Pérez Oliva, Milagros. “Comentarios muy poco edificantes”. Elpais.com (20/12/09).
10. Rieder, Rem. “No comment”. American journalism review, June/July 2010.
http://www.ajr.org/Article.asp?id=4878
11. “Ahora, tú nos das forma”. 20 minutos.es (26/11/10).
13. Tompkins, Al. “Assessing legal risks and guidelines for user comments”. Poynter online (31/05/07).
14. Reader, Bill. “In response”. American journalism review, September 2010.
15. “Guía de moderación de Elpais.com”. Elpais.com
16. Habermas, JürgenConciencia moral y acción comunicativa. Barcelona: Península, 1998.
17. Habermas, JürgenLa ética del discurso y la cuestión de la verdad. Barcelona: Paidós, 2003.
Nota: este texto toma como punto de partida la investigación “La participació dels usuaris als diaris digitals de Catalunya: anàlisi dels comentaris dels lectors”, realizada por Javier Díaz NociDavid DomingoPere MasipJosep Lluís Micó y Carles Ruiz para elConsell de la Informació de Catalunya. Diciembre, 2009.
Cómo citar este artículo:
Masip, Pere. “Comentarios de las noticias: la pesadilla de los cibermedios”. Anuario ThinkEPI, 2011, v. 5, pp. ¿¿-??.

A ‘Nutcracker’ Sprouts Alter Egos

DANCE REVIEW

A ‘Nutcracker’ Sprouts Alter Egos

Andrea Mohin/The New York Times
American Ballet Theater: Kenneth Easter is Mother Ginger in Alexei Ratmansky’s new production of “The Nutcracker,” at the Brooklyn Academy of Music through Jan 2. More Photos »
Once you’ve seen a number of different “Nutcrackers,” you might think you know all the main ways that the old ballet can be retold. But you don’t.

Blog

ArtsBeat
The latest on the arts, coverage of live events, critical reviews, multimedia extravaganzas and much more.Join the discussion.
Andrea Mohin/The New York Times
Gillian Murphy and David Hallberg as Clara and her Nutcracker as adults.More Photos »
In Alexei Ratmansky’s new version of “The Nutcracker,” currently in its world premiere season at the Brooklyn Academy of MusicAmerican Ballet Theater has a production like no other. Made with complete theatrical authority from first to last, it showsmany aspects of Mr. Ratmansky:satirist, storyteller, dramatist, poet. I’m impatient to see it again, but a large part of the delight it affords on first viewing lies in not knowing what’s going to happen.
This work (to which critics were first admitted on Thursday) isn’t a “Nutcracker” that leads us back to the original story by E. T. A. Hoffmann, though it takes a few unusual points from there. Instead its basic structure is that of numerous Russian “Nutcrackers” since the Stalinist era: little Clara (the Russians usually call her Masha) no sooner sees the Nutcracker, once he’s transformed into a Prince, than they fall in love-love-love and at once turn into adults. Never mind going to meet any Sugar Plum Fairy — instead they get to dance the music of her pas de deux themselves.
But Mr. Ratmansky takes that formula, tweaks it and makes it new. When his boy (transformed) and girl meet, they’re kindred spirits but from different worlds. They suddenly become doubled — they acquire mature alter egos, a twist that transforms the ballet’s sense of time and space. They’re like the hero and heroine of Philip Pullman’s superlative trilogy, “His Dark Materials” — young lovers from parallel universes.
At first it seems marvelous that we see the grown-ups they’ll become, but then Mr. Ratmansky takes us one step further and shows us how those adults still feel like the children they were. Their grand pas de deux is alternately formal and informal: they show the big, classically perfect dance shapes, arcs, gestures and steps that reveal their ideal qualities, but they also just can’t help expressing their own lesser-mortal amazement about this.
The main story is still focused on their younger selves. Mr. Ratmansky has animated the entire company. (I don’t enjoy a few supporting performances, but at every moment they’re precisely considered.) Yet amid several superb interpretations on Thursday, none surpassed those of the two central children. Young Catherine Hurlin’s partly angry, partly vulnerable, never picture-perfect Clara exemplifies the individuality of Mr. Ratmansky’s approach. Tyler Maloney as her Nutcracker Boy has the same courage and the same vulnerability. Mr. Ratmansky asks him to sustain one particular pose — arms open, face upturned, not facing the audience but on a diagonal — that suggests his mix of astonishment and gratitude, and it strikes home as something unusual in ballet, a private moment that is emotionally huge but not being sold to the public.
When these two children find themselves in the Land of Snow, it’s not a winter wonderland for them — it’s an adventure, now frightening, now freezing. The poetry of Mr. Ratmansky’s vision here is very striking: no Snowflakes were ever more ambiguous, and they have been given pouncing jumps, spinning arcs, and insistent gestures that make us feel we’re in the land of Hans Christian Andersen’s “Snow Queen.”
Later this young heroine and hero do meet a Sugar Plum Fairy — in this case, an exotically regal, nondancing one. It’s thanks to her presentation that suddenly they have another moment out of time and see their adult selves united in love and, finally, marriage.
As the older Clara and Nutcracker, Gillian Murphy and David Hallberg gave performances on Thursday that count immediately among the high-water marks of their already distinguished careers. Mr. Ratmansky has given them roles that wonderfully yoke their dual commitment to ballet classicism and to dramatic sincerity. There are spectacular throws and catches in the pas de deux, and yet acrobatics aren’t the point here; what you think about is the spontaneity of love’s first excitement.
Mr. Hallberg’s solo starts with a slow fall sideways that’s exactly what nobody expects to see in a ballet, but this quirky impetus becomes the humanizing force within the beautifully bobbing series of jumps that follow. Just as Ms. Murphy’s Clara finishes the main part of her solo (one of the blander passages of the work, admittedly), she goes right off into the wings, then sticks her head out as if sharing a joke with us. She pops straight back on and tears up the stage in a circuit of jumps and turns in which her own terrific academic clarity and fullness become charged with renewed rapture.
Mr. Hallberg starts the coda with a solo of extraordinarily shimmering delicacy, building up to a more conventional display of heroic jumps around the stage (danced with unconventional finesse). Yet not long after, within the very same number, both he and Ms. Murphy, amid a busy phrase, suddenly stand on flat feet and reel a little — as if unable to believe what’s happening to them. These dances keep saying both, “This is perfect,” and, “We can’t believe this is happening”; you feel how full their hearts are.
“The Nutcracker” runs through Jan. 2 at Howard Gilman Opera House, Brooklyn Academy of Music, 30 Lafayette Avenue, at Ashland Place, Fort Greene; abt.org.