jueves, 3 de febrero de 2011

Los servicios de publicaciones de las universidades en épocas de esplendor de la evaluación científica


Los servicios de publicaciones de las universidades en épocas de esplendor de la evaluación científica

Son pocas las universidades que no cuentan con un servicio de publicaciones. Tradicionalmente han sido el reflejo de lo que la propia universidad producía, esto es, de las investigaciones que realizaban sus profesores e investigadores. En este sentido, son canales de comunicación de la investigación propia, realizada en el marco de una determinada universidad.
En lo que concierne a las revistas científicas, esto puede suponer un problema. A las revistas científicas se les exige, hoy más que nunca, que cumplan con una serie de normas, procedimientos y comportamientos establecidos a nivel internacional y que distinguen las “buenas” revistas del resto.
Se trata de cuestiones como que los artículos estén sometidos a un sistema de evaluación por expertos, que el consejo de redacción sea abierto y plural, que se cumplan rigurosamente los plazos y las normas de edición, etc.; entre ellos también se considera la diversidad de autores que firman los artículos de una revista.
Efectivamente, se defiende la revista científica como un escenario abierto a las contribuciones de cuantos autores superen los procesos de selección, independientemente de la institución de la que procedan. No existe un imperativo para que los investigadores de una universidad publiquen sólo en las revistas de esa universidad, pero es un hábito que ha estado bastante extendido hasta el momento por distintas razones: la facilidad de los autores para publicar en revistas de la “casa” –relacionada también con que los consejos de redacción eran endogámicos-, el interés de las propias revistas en mostrar la investigación propia, el asentamiento de la idea de que las revistas universitarias eran el órgano de expresión de cada institución o incluso de cada departamento o, en el mejor de los casos, la alta especialización de los autores de una institución, que hacía casi inviable publicar en otros lugares.
La evaluación de la actividad científica, en pleno esplendor y absoluta protagonista de un sinfín de conversaciones, críticas, cartas a los diarios, trabajos de investigación, publicaciones e, incluso, de algún que otro proceso judicial, hace que los servicios de publicaciones se replanteen algunas cuestiones que hasta el momento no tenían que ser objeto de su atención.
Las directrices de las asociaciones de editores científicos o de grupos de investigación especializados en la evaluación de revistas científicas marcan el “comportamiento” esperado de una revista científica.
Las agencias de evaluación, por su parte, se apoyan en esas directrices y en el conocimiento de las áreas y las dinámicas que se dan dentro de ellas para evaluar la actividad científica a través de las publicaciones.
Y, finalmente, los servicios de publicaciones, en tanto que editores de la gran mayoría de las revistas científicas españolas, deben responder a los requerimientos que la escena científica actual exige; entre ellos, apertura de sus órganos de gestión (consejos de redacción y comités científicos) y apertura también de sus contribuciones hacia autores de otras instituciones.
En los últimos años han dado un salto importantísimo en este sentido. Ese salto, en parte, ha venido dado por la presión de los propios investigadores y profesores que saben que, de no cumplir esas normas, sus contribuciones a las revistas no serán tenidas en cuenta en los procesos de acreditación o de solicitud de sexenios.
Los servicios de publicaciones de las universidades pueden ejercer un papel fundamental en la mejora de las revistas que editan. Por una parte, pueden centralizar algunas funciones que suelen resultar una carga para los editores de cada revista como las negociaciones con las imprentas, la corrección de pruebas, la maquetación o la puesta en marcha y configuración de las revistas en los sistemas de gestión editorial como OJS.
Recordemos que la edición en España no está profesionalizada en la gran mayoría de los casos y que las revistas salen adelante gracias al empeño personal y al tiempo de sus directores.
Por otra parte, la mayoría de estos servicios de publicaciones conocen bien las normas de edición de revistas, los indicadores en los que se están fijando las agencias de evaluación, los indicadores de calidad que deben aplicarse a las revistas científicas, los sistemas y plataformas que dan visibilidad y evalúan revistas y, en definitiva, “los buenos usos” que deben darse en este tipo de edición.
Esto les sitúa como agentes privilegiados ante sus editores, pues hacen de puente entre lo que se hace y lo que se espera que se haga. La sobrecarga de trabajo de los editores no siempre hace posible que puedan encargarse de otras tareas que no sean la propia edición y, en este sentido, el servicio de publicaciones puede dar el impulso para que el cambio de estrategia editorial –en aras de un mejor posicionamiento en el tremendamente competitivo escenario de las revistas científicas- sea un hecho.
Así, cada vez son más frecuentes los cursos de formación y mesas redondas organizadas por servicios de publicaciones destinadas a que los editores universitarios y los profesores de cada universidad conozcan de primera mano las características que deben reunir sus publicaciones, no sólo para ser tenidos en cuenta en los procesos de evaluación científica sino también para que sus revistas gocen de buena salud.
Esta salud viene determinada por algunos factores clave: que la revista reciba suficientes originales como para que los editores puedan seleccionar los mejores trabajos; que se especialice en un área y publique buenos trabajos en ella, evitando así tener que competir con decenas de títulos similares de carácter generalista; que se guíe por los indicadores de calidad más asentados para asegurarse que está en línea con revistas nacionales e internacionales de primer nivel.
Una revista de estas características estará en situación de recibir originales de autores de otras instituciones. Por otra parte, los profesores universitarios deben buscar el equilibrio entre lo que publican dentro de la institución –sus revistas no están vetadas para ellos- y lo que publican fuera.
En ocasiones, todo lo que se exige hoy a una revista científica puede resultar exagerado. Los editores llegan a interpretar que se está produciendo una injerencia en sus modos de hacer y que, al final, se resta autonomía a su trabajo.
Sin embargo, la evaluación de publicaciones se hace necesaria para distinguir en una oferta editorial inundada de revistas y no siempre de la mejor calidad. Se sabe que para áreas pequeñas como la Documentación o la Comunicación audiovisual se editan más de 25 revistas sólo en España y que muchas de ellas salen adelante con dificultades, ¿por qué no optar entonces por las fusiones, la reducción de títulos o la alta especialización de cada una de ellas?
Tener multitud de revistas generalistas solo genera problemas para aquellas con menos medios, con menos trayectoria o menos asentadas, además de un trabajo voluntarista que en la mayor parte de los casos tampoco da frutos.
Es necesario, por tanto, racionalizar los esfuerzos que se hacen en la edición de revistas y, en este sentido, los servicios de publicaciones pueden desempeñar un papel determinante a la hora de reconvertir el sector.

Book citation index: una nueva historia (adaptada) sobre big science y little science


Book citation index: una nueva historia (adaptada) sobre big science y little science

DE SOLLA PRICE empleó, allá por 1963, los términos “big science” y “little science” para describir la evolución de la actividad científica en el conjunto de la sociedad, los cambios que se habían producido en las escalas de la ciencia y, fundamentalmente, el crecimiento exponencial de investigadores y de publicaciones.
Releyendo su obra, hemos creído que esos términos estaban plenamente vigentes, no estrictamente en el sentido que él les daba sino en una interpretación particular y personal que nos permitimos hacer sobre lo que ocurre hoy, en 2010. Quizá sea algo atrevida pero creemos no estar demasiado lejos de la realidad.
Desde que la Web of science (WoS) y los Journal citation reports (JCR) se empezaron a emplear extensivamente en muchos países del mundo como herramienta fundamental para la evaluación de la producción científica de investigadores, instituciones o países. Han sido numerosos y constantes los estudios bibliométricos que han demostrado los sesgos y limitaciones de esta fuente para evaluar a determinados países y, sobre todo, a determinadas disciplinas.
Gran parte de los congresos sobre estudios de la ciencia, bibliometría o edición científica están consagrados o ampliamente dedicados a analizar datos provenientes de WoS o a mostrar sus limitaciones. Lo mismo ocurre con las publicaciones especializadas en el área. Hasta tal punto es así que se puede afirmar, sin temor a errar, que los grupos de investigación de todo el mundo que han ido demostrando minuciosamente todas y cada una de las limitaciones de la WoS han ido construyendo un corpus teórico e incluso metodológico como respuesta a las deficiencias de los sistemas de evaluación basados únicamente en esta fuente.
De esta forma se han puesto de manifiesto públicamente los caminos a seguir para lograr una evaluación científica más ajustada a las características de las disciplinas humanísticas y sociales. Esto es particularmente evidente en el caso de países cuyas revistas están poco representadas en WoS y entre los grupos de investigación de todo el mundo que trabajamos específicamente en la evaluación de las ciencias humanas y sociales.
Así, por ejemplo, se fueron analizando datos de citación e impacto y hábitos de publicación y citación entre investigadores de las ciencias humanas y sociales llegando a la conclusión de que las ventanas de citación de dos años empleadas por JCR eran insuficientes y poco significativas. Al mismo tiempo, propusieron su ampliación para que pudieran ser aplicables y útiles a algunas disciplinas.
Desde Thomson Reuters dieron respuesta a esa conclusión y a esta propuesta, mejorando su producto (JCR) mediante la incorporación de ventanas de citación más amplias y ofreciendo así una respuesta más completa, precisa y adecuada a científicos sociales y humanistas1… eso sí, a partir no sólo de su propia investigación sino también de los resultados de investigación de pequeños y medianos grupos de investigación de todo el mundo que no han tenido ni tendrán la repercusión científica y social que tiene la empresaThomson Reuters, productora de WoS y JCR.
Otro claro ejemplo ha sido la reivindicación de los humanistas de que las monografías fueran protagonistas de los sistemas de la evaluación de la actividad científica, avalada por decenas de trabajos bibliométricos que muestran el alto porcentaje de citas a monografías y la relevancia del libro como medio de comunicación científica en estas disciplinas.
Todos los grupos de investigación que han trabajado en este tema –independientes a priori de los grupos de poder-, desde los australianos hasta los españoles, pasando por los holandeses, italianos, etc., han propuesto y aplicado procedimientos de evaluación de monografías y/o editoriales de monografías para cubrir ese hueco y permitir así tener elementos de valoración del principal vehículo de comunicación en las humanidades: el libro.
Esos intentos siempre han quedado circunscritos a proyectos de investigación con fecha de finalización o a experimentos puntuales. Las razones por las que estas líneas de investigación no han continuado han sido diversas pero no han tenido que ver con la falta de consistencia, validez o utilidad de los resultados.
Durante la feria del libro de Frankfurt de 2010 se anunció Book citation index, el nuevo proyecto de análisis de citas aplicado a libros que Thomson Reuters presentará a lo largo de 2011. No cabe ninguna duda de que Thomson Reuters ofertará a la comunidad científica internacional un estupendo producto de información.
Book citation index, inspirado en los citation index tradicionales de revistas, incorporará de partida a las mejores editoriales científicas del mundo e invitará a otras a que participen (dicho sea de paso, las editoriales seguramente abran más fácilmente las puertas a Thomson Reuters que a cualquier otro grupo de investigación con pretensiones estrictamente científicas).
Previsiblemente, los países de todo el mundo ampliarán sus enormes inversiones para tener acceso a estos índices de citas y seguiremos siendo dependientes de los productos de información generados por Thomson Reuters, que se irá haciendo cada vez más grande y poderosa. Nadie hablará de la base científica de ese proyecto: la investigación invisible o cuasi invisible realizada por grupos de investigación de todo el mundo que durante años han estado poniendo en bandeja a una empresa el desarrollo de un producto que sólo ella puede llevar a cabo.
Podrían mencionarse dos o tres proyectos españoles que con una inversión mínima están dando respuestas sólidas a las necesidades de los evaluadores de la actividad científica, pero volveríamos a hablar de “big science”, “little science” o de David contra Goliat.
Es innegable la labor que han desarrollado los “citation index”, la extraordinaria idea de crearlo y la investigación que la propia empresa ha llevado a cabo durante estos años. Pero también es innegable el esfuerzo que se ha hecho en algunos países para cubrir aquellos aspectos no cubiertos por WoS y para proporcionar indicadores y pautas más cercanas y útiles a las humanidades y a las ciencias sociales, además de introducir pluralidad en los sistemas de evaluación de la actividad científica.
Y, rememorando dos ideas del artículo de prensa de  Miguel Delibes Castro sobre la analogía entre burbuja científica y burbuja financiera, es peligroso depender de un único sistema y además “a menudo confundimos en ciencia el éxito y el brillo con el mérito real”. Ségalat dixit.
Sirva este pequeño texto para reflexionar sobre ciencia y mercado.
Notas:
1. Mientras tanto, por cierto, en España ya se calculaban índices de impacto con ventanas de citación de tres a cinco años tanto para humanidades como para ciencias sociales (ReshIn-Recs)
Cómo citar este artículo:
Giménez-ToledoEleaTorres-SalinasDaniel. “Book citation index: una nueva historia (adaptada) sobre big ccience y little science”. Anuario ThinkEPI, 2011, v. 5, pp. ¿¿-??.

Las competencias del profesorado


Las competencias del profesorado

El profesorado habría de comprender que ante las muestras continuas de antipedagogía[1] de los últimos tiempos, nuestra función primordial es que los alumnos aprendan y aprendan para saber hacer determinadas cosas. Recientemente en un artículo del rector magnífico de la Universidad de Salamanca, José Ramón Alonso[2] resumía en once puntos y con profunda clarividencia, lo que un alumno universitario habría de dominar para una correcta inserción social y profesional. No es muy sorprendente que el primero de los puntos es leer, aunque reconocerlo, a su juicio, resultaba ciertamente “insultante”.
Desgrana seguidamente una concisa relación de destrezas. Saber hablar y hacerlo con una persona o con 100, conducir un debate y ganarlo. La conversación, el diálogo y el debate en el aula, no sólo mejorarían ciertamente esta destreza fundamental, tan descuidada en las escuelas de hoy, sino que evitaría no pocos conflictos en la convivencia de los centros. A nuestro modo de ver, las habilidades comunicativas no están suficientemente desarrolladas en muchos centros educativos: para hacerlo nos planteamos una vez más el trabajo en equipo y la comunicación de experiencias.
Es preciso mejorar dichas habilidades entre los compañeros y compañeras con el fin último de reproducirlas en el aula. Se demuestra que con mucha frecuencia los comportamientos violentos en niños y niñas están relacionados con algún trastorno del lenguaje. Es más,  “Muchas experiencias infantiles sólo pueden realmente comprenderse y elaborarse cuando el niño tiene la oportunidad de establecer una buena conversación sobre ellas (…) Esos espacios sociales de conversación actualmente ya no son algo obvio. Hay que volverlos a crear con esfuerzo. Por eso, una importante tarea de la escuela consiste en establecer y cultivar una cultura de la conversación oral, pues ella crea el fundamento sobre el que se construye el acontecer educativo”.[3] La carencia de actividades orales y debate en las aulas es un claro exponente de hasta dónde se puede llegar en la negación de lo genuinamente educativo. Lo primero que habría que enseñar es el uso del diálogo ante los conflictos. No sabemos si en la educación secundaria, dado el estado casi inflamable es que se dice que está, se puede llegar a una ordenada confrontación de ideas en el aula. Existe una pequeña obrita de Arthur Schopenhauer[4] que nos resume en 38 estratagemas el arte de llevar razón, dando pistas para conducir discusiones y contiendas dialécticas y ganarlas.
Algunas características de los profesores que tienen una relación más estrecha con su función docente, influyendo con ellas en el bienestar profesional, son las siguientes:
  1. La formación inicial o permanente y las competencias profesionales adquiridas.
  2. La autoestima.
  3. El equilibrio emocional.
  4. El compromiso moral de enseñar a todos los alumnos.
Al constituirse en las claves del bienestar docente vamos a relacionar a continuación las competencias profesionales que debería tener el profesorado[5]. Los profesores y profesoras deberían
a.     Ser competentes para favorecer el deseo de saber de los alumnos y para ampliar conocimientos.
b.     Ser competentes en atender la diversidad de los alumnos.
c.     Estar preparados para incorporar la lectura y la escritura en la actividad educativa.
d.     Ser capaces de incorporar las tecnologías de la información en la enseñanza.
e.     Estar preparados para velar por el desarrollo afectivo de los alumnos y comprometidos con una pacífica convivencia escolar. Para ello, serán capaces de favorecer la autonomía moral de los alumnos y su educación moral.
f.      Por tanto, deberían educar en valores y para la ciudadanía y el civismo.
g.     Ser capaces de desarrollar una educación multicultural.
h.     Estar preparados para cooperar con la familia.
i.       Elaborar un proyecto en equipo, trabajar en colaboración con el resto de compañeros.
j.       Dirigir un grupo de trabajo.
k.     Confrontar y analizar un conjunto de situaciones complejas.
l.       Gestionar conflictos interpersonales mediante una cierta “alfabetización emocional”.
El libro de P. Perrenoud [7] “Diez nuevas competencias para enseñar” en Googlebooks, tiene como cometido fundamental que es comprender el movimiento de la profesión docente, para lo cual plantea diez competencias fundamentales:
1. Organizar y animar situaciones de aprendizaje.
2. Gestionar la progresión de los aprendizajes.
3. Elaborar y hacer evolucionar dispositivos de diferenciación.
4. Implicar a los alumnos en sus aprendizajes y en su trabajo.
5. Trabajar en equipo.
6. Participar en la gestión de la escuela.
7. Informar e implicar a los padres.
8. Utilizar las nuevas tecnologías.
9. Afrontar los deberes y los dilemas éticos de la profesión.
10. Organizar la propia formación continua.
Para poner un ejemplo práctico me gustaría compartir el siguiente video del profesor Segundo Fidalgo de Colegio Público San Felix de Caldás (Asturias) su experiencia junto con la de su compañero @potachov Néstor Alonso
[1] MORENO CASTILLO, Ricardo (2008). De la buena y la mala educación. Reflexiones sobre la crisis de la enseñanza. Los libros del lince. Barcelona. El autor del panfleto antipedagógico vuelve a cargar las tintas ampliando sus argumentos contra lo que, a su juicio son “las falacias de la educación”. Un discurso continuo fundamentado en que el conocimiento de una materia sirve, sin más, para enseñarla. Otra cuestión sería, a nuestro modo de ver, que el aprendizaje se produjera en los alumnos de modo eficaz para salir con soltura de cualquier brete social o profesional. Otra bien distinta es cómo enfrentarse a los malos alumnos o simplemente a aquellos que no son brillantes.
[2] ALONSO, José Ramón (2009). “Una Universidad nueva” El País. 12 de enero de 2009. Exponemos sólo tres de ellas aunque animamos a una lectura completa de su artículo:  “Primero, debe saber leer. Suena insultante, pero es cierto; debe saber leer y extraer las ideas principales de un texto, someter a juicio crítico lo que ese autor afirma, ser capaz de contrastar con otras fuentes y llegar a conclusiones propias, personales. Segundo, debe saber escribir; y no hablo de no cometer faltas de ortografía, ni de saber poner letras juntas; eso hay que darlo por hecho, sino de comunicar con claridad, con eficacia, con una extensión equilibrada, con rigor en el uso de información externa, con la mente puesta en el lector. Tercero, debe saber hablar, hablar a una persona y hablar a 100. Ser capaz de presentar las ideas propias e indagar las ajenas. Conducir y ganar un debate. Respetar los tiempos y usar apoyos efectivos. No es baladí: saber hablar bien se considera el primer factor de éxito en la carrera profesional.”http://www.elpais.com/articulo/educacion/Universidad/nueva/elpepusocedu/20090112elpepiedu_3/Tes
[3] PATZLAFF, Rainer y SABMANNSHAUSEN, Wolfgang (2007): Indicaciones de pedagogía Waldorf. Para niños de 3 a 9 años. Editorial Rudolf Steiner S.A. Madrid. Pág. 90.
[4] SCHOPENHAUER, Arthur (2002): El arte de tener razón. Expuesto en 38 estratagemas. Filosofía Alianza Editorial. Madrid. Cuarta reimpresión 2007.
[5] MARCHESI, Álvaro. (2007) Sobre el bienestar de los docentes. Competencias, emociones y valores. Alianza Editorial. Madrid. Págs. 66-73.

At City Ballet, a New Work Looks to Ellington for ‘That Swing’


DANCE REVIEW

At City Ballet, a New Work Looks to Ellington for ‘That Swing’

Determinedly jolly, Susan Stroman’s new ballet, “For the Love of Duke,” is trite on purpose. Its premiere took place on Friday night, but nothing about it felt new. It peddles clichés.
Andrea Mohin/The New York Times
Jared Angle and Maria Kowroski in Christopher Wheeldon’s “Polyphonia.”More Photos »
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Andrea Mohin/The New York Times
New York City Ballet: Tiler Peck and Amar Ramasar in the premiere of “For the Love of Duke” by Susan Stroman.More Photos »
As the title indicates, Ms. Stroman selected music from Duke Ellingtonfor this work. The second of its two parts, “Blossom Got Kissed,” is a little nothing that Ms. Stroman first created for City Ballet in 1999. Poor, hefty, maladroit Blossom (Savannah Lowery) ain’t got that swing, so she ain’t got a thing — unlike all the other utterly lookalike gals with their lookalike boyfriends.
But Robert Fairchild as the Musician has nothing better to do, so he kisses her hand anyway. Transformation! Blossom, irradiated by the transcendent glory of this kiss, promptly peels off her blue tutu and becomes just another floozy in scarlet. Such are the transforming wonders of love in Stromanland. And they don’t stop there. Now Blossom too can swing!
The first half, “Frankie and Johnny ... and Rose,” unveiled on Friday, feels every bit as stale, and it indicates a diminution rather than a growth of artistry for Ms. Stroman. Johnny (Amar Ramasar) is keeping his gal Rose (Tiler Peck) happy until his other gal, Frankie (Sara Mearns), turns up. For a little while Johnny’s case could be summed up by what the hero of “The Beggar’s Opera” once expressed as “How happy could I be with either, Were t’other dear charmer away,” but there’s only so many times Johnny can keep dropping t’other dear charmer behind a bench, and soon enough Rose discovers Frankie. I forget who chases whom.
Were there any freshness to the characterizations or the steps, this little entertainment might have its sweetness. But no, we’re in the world of pastiche here. If only Rose and Frankie would dump the double-timing bastard and go off with each other or run for office or take up painting restoration. Don’t get kissed, Blossom! Get the hell out of this world of predictability and convention! Alas, Blossom wants nothing better than to be just another high kicker; and Frankie and Rose will be ready fodder for the next adulterous creep who comes along.
A ballet like this may make you cry out for originality. As a caution against this, however, City Ballet revived Wayne McGregor’s “Outlier” on Saturday afternoon. New last year, “Outlier”manages to be awash with originality while proving every bit as forgettable as “For the Love of Duke.”
Mr. McGregor’s characters are not stuck on ballet’s treadmill of relentless heterosexuality; the movements are often surprising, the dancers are not predictably attired; and the décor and music (Thomas Adès’s 2005 Violin concerto “Concentric Paths”) are all impeccably modern. But Mr. McGregor’s glacial conception of humanity seems even smaller than Ms. Stroman’s. His nine dancers — with their isolations of body-parts and their hyperextensions — might belong to an alien species, and he coldly examines the individual quirks of each (Just look how horridly weird this one is! And this!) before moving on. He never makes human energies interesting or dramatic. Dancers are pawns in his game, and he uses music like a movie soundtrack.
Fortunately the program on Friday night and both of Saturday’s performances also included better fare. Though I have repeatedly praised Alexei Ratmansky’s “Concerto DSCH,” Friday night’s performance — with Ryan McAdams conducting Shostakovich’s score, and Elaine Chelton at the piano — was especially fine.
In the lead role Wendy Whelan pointed every detail with perfect eloquence. When Tyler Angle (whose skills as a partner have been growing apace this season) lifts her high in the second movement, back to the audience, one leg extended sideways, her arms strike a beautiful halo above her head in wonderful conjunction with the piano melody. Everything about her body language captures the lunar nocturne of this scene. (The low and mid-height lifts, full of feeling and intimacy, are just as telling.) Among the many moments of comedy in the outer movements, my favorite is the little farce episode, when she walks in on her flat feet and stops dead to confront Mr. Angle, who happens to have Ashley Bouder in his arms at the moment.
Amid a largely new cast in Christopher Wheeldon’s “Polyphonia” — whose impact comes partly from the strange blend of freedom and exactitude with which it answers its Ligeti piano score — Lauren Lovette delivered a solo with a quiet grace that had many in the audience turning to the program to make sure they knew her name. This performance reminded me that the ardent fullness that Christian Tworzyanski generously brings to every movement across the repertory is a consistent pleasure. The personable Taylor Stanley registered with the same new force that he has brought to other roles this season.
Maria Kowroski — superbly partnered by Jared Angle — was dancing the role with the first and final pas de deux. Her mildly voluptuous charm has an immediate appeal here that I welcome while also missing the greater power and decisiveness of Ms. Whelan (the role’s originator, seen earlier in the week). I also welcomed it on Saturday night in George Balanchine’s “Walpurgisnacht Ballet.” If only she could find more bite and sweep to round off the loveliness of her dancing. Grand by gifts of physique, she’s only occasionally grand in dance delivery.
On Saturday afternoon the soloist Ana Sophia Scheller made her debut in the ballerina role of Balanchine’s “Cortège Hongrois.” She has the technique, the timing, the precision; but this role calls for immense authority and a bold range of pure-dance dramatic color that aren’t hers. There are other ballerina roles that would suit her better (she has danced a pleasing Sugar Plum Fairy for some seasons), and surely there are others who would better suit this role.
Better casting came on Saturday evening when Janie Taylor made her debut in the central role of Balanchine’s “Symphony in Three Movements.” Ms. Taylor is almost the complete opposite of Ms. Scheller: she’s far less brilliant or precise, and yet there’s an intensity in her very nervous system that can radiate right through to her hands and feet. In the right role — this was one — these gifts register as both power and delicacy.
Too many of the older ballets this season have duller lighting — by Mark Stanley — than ever before. (A tableau for the nine goons in Thursday night’s “Prodigal Son” was nearly invisible.) You can see that each work has its own definite lighting scheme, but not that there is any particular concern to make the dancers shine.
The New York City Ballet season runs through Feb. 27 at the David H. Koch Theater, Lincoln Center; (212) 870-5570, nycballet.com.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Los españoles vuelven a emigrar a Alemania...