domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Por qué existe el arte?


¿Por qué existe el arte? (I)

Existe un pájaro de Australia y Nueva Guinea al que podríamos llamar pájaro Número 9, aunque su verdadero nombre sea tilonorrinco. Lo podríamos llamar Número 9 porque hace unos años, un inversor mexicano batió el récord mundial de una subasta de pintura al pagar más de 109 millones de euros por Número 9, de Jackson Pollock.
Así pues, podemos considerar Número 9 como el epítome del arte y de todos sus efectos y consecuencias en el ser humano. El tilonorrinco representa lo mismo en el mundo de la ornitología, pues los machos de esta ave construyen complicados nidos que decoran exagerada y fútilmente con diversos objetos, como orquídeas, conchas de caracoles, bayas y cortezas de árbol. Algunos de ellos incluso pintan literalmente esas enramadas con residuos de frutas que regurgitan, empleando hojas o cortezas a modo de pincel.
Hasta aquí, los paralelismos entre el arte humano y el arte ornitológico son sorprendentes, pero también lo son en sus implicaciones psicológicas y sociales: las hembras de tilonorrinco valoran los nidos y se emparejan con los autores de las creaciones más simétricas y más profusamente ornamentadas. De igual modo, los pintores, escritores o músicos humanos, por el hecho de serlo, tienen más éxito social y sexual.
Tanto el acto creativo, como las derivaciones de éste (éxito social o sexual, placer estético, competencia artística, etc.), parecen regirse entonces por los parámetros de la selección natural. El arte, básicamente, funcionaría de la misma manera que lo hace la cola de un pavo real: como reclamo que demuestra que existe una buena dotación de genes.

Por supuesto, todo ello ocurre lejos de nuestra conciencia, a nivel freático. Si al pájaro Número 9 le preguntáramos por qué invierte tantos recursos en su nido, al igual que cualquier otro artista humano respondería que su interés no pasa por obtener prestigio social o una pareja sexual más interesante sino quesiente la necesidad irresistible de expresarse de ese modo, de jugar con el color y la forma, de explorar su sensibilidad y comunicarla al mundo.
Obviamente, si el tilonorrinco o Picasso jamás admitieron la motivación profunda de sus inclinaciones artísticas fue porque la naturaleza nunca necesitó que supieran el motivo de esas inclinaciones, como tampoco les reveló la razón de que sintieran la necesidad de comer determinados alimentos y no otros de una manera bastante regular y continuada.
Por ejemplo, podemos constatar que el gusto químico empieza en el momento de nacer o poco después: los recién nacidos prefieren soluciones azucaradas a agua sola, y en el siguiente y estricto orden de preferencia: sucrosa, fructosa, lactosa y glucosa. Los recién nacidos, asimismo, rechazan las sustancias ácidas, saladas o amargas, y responden a cada una de ellas con expresiones faciales universalmente reconocibles.
De igual modo, en el plano estético también nacemos equipados con plantillas semejantes a las del gusto químico: podemos constatar que, diez minutos después de nacer, nos fijamos más en diseños faciales normales dibujados en carteles que en diseños anormales, por ejemplo. O se tiende a prestar más atención a formas simétricas que a formas asimétricas.
En la siguiente entrega de este artículo ahondaremos en ello.



¿Por qué existe el arte? (II)

Actualmente se conoce con bastante precisión cómo funciona el proceso de la digestión, e incluso por qué preferimos asimilar grasas antes que otras sustancias, pero ello no ha hecho desaparecer nuestra afición por la gastronomía, por elaborar recetas o por acudir a restaurantes.
Nos deleitamos con un plato bien cocinado sin cuestionarnos si nuestras papilas gustativas sólo encuentran sabroso lo que es rentable a nivel metabólico. Incluso los conocimientos obtenidos sobre el tema han permitidoelaborar dietas hipocalóricas en un contexto donde los alimentos muy calóricos ya no escasean como antaño; es decir, han hecho que la gente sea más responsable para con su alimentación y que no se deje llevar por el simple capricho, como por ejemplo postulaba De la Mettrie, médico y autor del ensayo El hombre máquina (1748):

El ser humano debe gozar de los placeres carnales y disfrutar de la repostería trufada hasta la saciedad. De la Mettrie llevó a la práctica su teoría y no tardó en fallecer por el empacho.
Todo ello debería despejar cualquier recelo a la hora de escudriñar científicamente las razones adaptativas que llevaron a Picasso a pintar como pintaba (aunque él nunca lo sospechase). Un conocimiento científico del arte no sólo no devaluará el arte sino que contribuirá a su desarrollo, como ha sucedido con la gastronomía. La ciencia no arranca la magia de las cosas, sino que las dota de una magia más interesante, compleja y enriquecedora. Y el hecho de que un pájaro se sienta invadido por una pulsión artística como la de cualquier creador humano refuerza la idea de que el arte no es una manifestación ajena al escrutinio científico.
Con todo, el estudio del arte desde un punto de vista científico resulta bastante más esquivo que el estudio de la digestión. Porque el arte es sin duda un rasgo marcado por la selección natural, pero a la vez es un invento de profundas raíces biológicas como lo son la religión, la lengua o las estructuras sociales, sin duda rasgos humanos mucho más complejos que la digestión.
De momento sólo se dispone de un puñado de teorías biológicas acerca del florecimiento del arte en la cultura humana. La más aceptada es la que postula que el arte sería un subproducto de otras tres adaptaciones biológicas: el ansia de estatus, el placer estético de experimentar con objetos y entornos adaptativos y la capacidad de diseñar artefactos para obtener los fines deseados.
El ansia de estatus ya se ha mencionado: a raíz de la reproducción sexuada, tuvo que nacer aparejada una manera de calibrar cuán óptimo es genéticamente una pareja sexual potencial. Además de las evidentes muestras de salud, fuerza o fertilidad, nació algo así como el marketing biológico: la promoción e incluso la exageración de los rasgos deseables por el otro sexo a fin de persuadirle de que se es la pareja más apropiada. Así nacieron los pintalabios o los comportamientos imprudentes, que no son más que publirreportajes de luz, sonido y aroma para atraer y seducir a la posible pareja.
La cola de un pavo real, por ejemplo, es un anuncio que expresa tácitamente: soy capaz de generar este espectáculo visual, arrastrarlo a todas partes a pesar de que lastra mis movimientos y, además, sigo vivo y sano, y he conseguido escamotear a los depredadores, lo cual debe demostrar que dispongo de una cantidad de recursos tan enorme que puedo despilfarrarlos de este modo tan esencialmente inútil e imprudente.
Bajo es misma premisa, por ejemplo, se podría explicar la razón de que una fresa sea tan roja, como unos labios femeninos pintados, tal y como señala Ulrich Renz:
La fresa también ejerce en cierto modo de objeto sexual y se presenta al transeúnte con su color rojo, provocativo y apetitoso, con el objeto de poner en circulación sus semillas.
Seguiremos en la siguiente entrega de esta serie de artículos sobre los fundamentos científicos del arte.



¿Por qué existe el arte? (III)

El arte es la demostración de que se dispone de recursos adaptativos: habilidad, creatividad, inteligencia, tiempo suficiente para despilfarrarlo en creaciones inútiles para la supervivencia. Y también la exhibición de estímulos supernormales, la exageración de las cualidades.
Volviendo a la ornitología, la gaviota adulta hembra tiene una mancha anaranjada en su pico que los polluelos se dedican a picar instintivamente para estimular a la madre a regurgitar y así alimentarles. Niko Tinbergendemostró que los polluelos picaban con más intensidad un modelo exagerado de la mancha anaranjada de la gaviota, aunque esa exageración fuera imposible en la naturaleza.
Las manifestaciones artísticas serían los estímulos supernormales mejor explotados por los seres humanos: la música, por ejemplo, es una experiencia auditiva intensificada y purificada que sobrestimula la corteza cerebral, tal y como ha señalado Pascal Boyer. Los colores saturados de las pinturas hacen lo propio.
Y también los memes de un libro, que no dejan de ser semillas que anhelan ponerse en circulación. Semillas generadas por cerebros que desean germinar en otros cerebros, como genes culturales.
Según el estado actual de las ciencias del comportamiento, el ser humano es la única especie que practica la verdadera imitación. Y precisamente la imitación es nuestra gran conquista evolutiva: la imitación nos sirve para asumir inmediatamente, sin perder el tiempo en tanteos, aquellas soluciones a problemas complejos que otros hallaron antes que nosotros.

Pero esta imitación no debe de ser mecánica, en modo zombi, sino una imitación avispada, capaz de descartar los detalles superfluos de los sustantivos. Un buen imitador (si volvemos a la analogía gastronómica) es aquél que puede copiar la esencia de una receta de cocina y no la receta al pie de la letra: de este modo podrá adaptarla a sus propias necesidades o a los ingredientes disponibles; incluso podrá mejorarla. Es decir, la receta es orientativa y flexible aunque el resultado sea fundamentalmente el mismo.
En ese sentido, cabe deducir que una persona que posee una capacidad de imitación muy afinada es sencillamente una persona con una gran capacidad de supervivencia. El sexo contrario anhelará reproducirse con un ejemplar así a fin de que la descendencia también se vea favorecida por esa capacidad de mimesis. Pero ¿cómo saber si una persona es un imitador competente? ¿Cómo detectar a alguien capaz de capturar mejor los memes? Un buen atajo es fijarse en un artista.
El artista de éxito, generalmente, es aquél que ha sido capaz de imitar lo sustantivo de sus antecesores artísticos para recombinarlo de tal forma que resulte original y atractivo, y sobre todo digno de ser imitado a su vez por los sucesores. Ésta, pues, sería la explicación memética de que un actor bajito y feo como Charles Chaplin tuviera tanto éxito con las mujeres.
Por último, el arte también nació por el placer estético de experimentar con objetos y entornos adaptativos y la capacidad de diseñar artefactos para obtener los fines deseados. ¿Qué es un entorno adaptativo? Por ejemplo, un paisaje amplio y luminoso desde el interior de una cueva (un lugar en el que nos sentimos protegidos y disponemos de una panorámica del exterior a fin de poder detectar cualquier atisbo de amenaza).
Basta con echar un vistazo a la historia de la pintura para descubrir muchos paisajes de similares características en lienzos de todo el mundo. En general, el ser humano, desde su nacimiento, presta más atención a rasgos del mundo visual que indiquen seguridad, inseguridad o hábitats cambiantes, con o sin vistas panorámicas, verdor, agrupamiento de nubes o puestas de sol. Lo mismo sucede en el plano auditivo: el trueno, el viento, el borbolleo del agua, el canto de las aves, las pisadas, los latidos de un corazón: todos ellos son sonidos que tienen peso emocional porque proceden de sucesos a los que vale la pena prestar atención; y por eso, tal vez, la esencia de muchos ritmos musicales no sea más que plantillas simplificadas de estos evocativos sonidos medioambientales.
De manera más completa, V. S. Ramachandran y William Hirstein elaboraron algo así como las ocho leyes de la experiencia estética en un estudio aparecido en 1999 : los elementos exagerados atraen la atención; aislar una sola pista visual permite concentrar la atención; la agrupación de las percepciones destaca los objetos del fondo; el contraste da más fuerza; la solución de problemas visuales da más fuerza también; un punto de vista único es sospechoso; las metáforas o juegos visuales realzan el arte; y la simetría es atractiva.
Por otro lado, todos estamos capacitados para diseñar herramientas y disfrutamos usándolas. Si unimos el deleite que nos produce la armonía de determinadas formas con la necesidad de construir una casa, ahí tenemos un el desarrollo artístico de la arquitectura o la ebanistería, por ejemplo.



¿Por qué existe el arte? (y IV)

Para finalizar, y volviendo a la analogía gastronómica, debemos asumir que un estudio más profundo del arte podría revolucionar el mismo concepto de arte, catapultándolo a un estadio mucho más maduro.
Ésta es la razón por la que obligamos a los niños a comer frutas o verduras, porque hay abundancia, tanto de recursos alimentarios como de conocimientos sobre los mismos. Una revolución pareja debería producirse en el ámbito del arte, una revolución impulsada por la acumulación sistemática de conocimientos que fundamenten las bases biológicas del arte a fin de responder con mayor claridad a preguntas apremiantes del tipo:
¿Qué es arte y qué no lo es? ¿Por qué hay obras que triunfan y otras no? ¿Tiene sentido el ejercicio de la crítica tal y como la conocemos actualmente?
Unas preguntas que precisan de respuestas maduras que impliquen diversas ramas de la ciencia, como la neurobiología, la genética o la psicología evolutiva. Respuestas, en suma, que desenreden el puñado de mitos y opiniones subjetivas o mercantilistas que han marcado el significado del arte en todas las culturas del mundo.
Y sólo entonces el arte adquirirá una entidad universal, tal y como sucedido en otro rango con la física, por ejemplo.

Si algún día nos visitaran extraterrestres inteligentes, probablemente no encontrarán nada interesante en las obras de Shakespeare o en la música de Mozart. Y con toda seguridad, su expresión artística, de tenerla, en nada se parecerá a la nuestra.
Pero si dichos extraterrestres han descubierto la energía nuclear y las naves espaciales, conocerán las mismas leyes que conocemos nosotros. La física de cualquier ser inteligente de cualquier planeta del universo podría traducirse isomórficamente, punto por punto, de conjunto a punto, y de punto a conjunto, en una notación humana.
Un enfoque científico del arte, que enmendara por fin la brecha entre cultura artística y cultura científica, conseguiría algo similar: otras inteligencias seguirían sin asimilar la narrativa de Shakespeare, pero sin duda comprenderían las razones subyacentes, meméticas, evolutivas y otras, que influyeron e impulsaron a Shakespeare durante muchos años a llenar cientos de pergaminos con manchas de tinta.
Vía | La ciencia de la Belleza de Ulrich Renz / Cómo funciona la mente de Steven Pinker / Consilience de Edward O. Wilson

No hay comentarios: