jueves, 7 de octubre de 2010

“Los ojos de la mente”

“Los ojos de la mente”

Acceder a la visualización del cerebro humano en acción  es uno de los más grandes avances que la neurociencia actual ha hecho posible.  Recordemos cómo a partir del éxito de latomografía axial computarizada – nacida en los años setenta y que utilizaba “rayos x” – se desarrollaron técnicas muchas más ambiciosas y arriesgadas.


Una de esas técnicas de visualización de la mente es la llamada resonancia magnética funcional que surge con el propósito de lograr imágenes de alta resolución a partir de las ondas emitidas por los átomos de hidrógeno cuando éstos son activados por ondas de radiofrecuencia en un campo magnético. A estos avances de ciencia ficción se unen los de lamagneto encefalografía que, al conseguir medir los cambios transcraneales mediante  un tipo de estimulación electromagnética, nos sirven, entre otras cosas, para probar el vínculo de paralelismo entre la incesante actividad cerebral y la cognitiva y como una modifica a la otra. De este modo la Resonancia Magnética Funcional nos proporciona imágenes del aumento del aporte de oxígeno en la sangre en regiones especialmente activas, y la Magneto Encefalografía es capaz de detectar los cambios magnéticos producidos en la superficie de nuestro cuero cabelludo por la actividad bioeléctrica neuronal.

 Esperamos que siguiendo por esta línea y con la generación de imágenes en 3D de todo el cerebro – con las que podemos ya formar una visualización de su actividad en tiempo un real -, seamos capaces de detectar no sólo desarrollo evolutivo armónico o disarmónico, sino también la localización “encefalogeográfica” de las diferentes funciones, incluidas las del recuerdo y el aprendizaje.

Estas técnicas nos ofrecerán muchas claves de lo que realmente pasa con nosotros y con el rastro de la presencia del pasado cuando se activan las regiones vinculadas con la actividad de sentir, aprender o recordar. Existen también otras técnicas mucho más arriesgadas de investigación biopsicológica que, en principio, tienen como objeto visualizar las señales de la acción cerebral. Ese es el caso de la Tomografía por emisión de positrones, que por su carácter claramente invasivo podría parecer exclusivamente destinado a pacientes que presentaran algún tipo grave de patología.

El procedimiento es, en mi opinión, bastante duro: se inyecta una sustancia similar a la glucosa que sirve de energía al cerebro (la 2-desoxiglucosa radioactiva) en la arteria carótida que irriga el hemisferio homolateral. Esta sustancia es absorbida de inmediato por las neuronas que muestran un determinado patrón de actividad de modo que éste se pone rápidamente al descubierto.

También la estimulación magnética transcraneal que, mediante la actuación de un campo magnético situado bajo una bobina colocada sobre el cráneo, bloquea una parte del cerebro parece, al menos a unos ojos profanos, una técnica demasiada arriesgada. Este procedimiento, que se suma al desarrollo audaz e imparable de esas nuevas técnicas de neuroimagen funcional, se pone en práctica para ver en qué medida ese “apagón cerebral localizado” puede, y de qué manera, influir en la conducta física, cognitiva o emocional del paciente.

Todos estas técnicas poseen un indiscutible carácter de diagnóstico de posibles disfunciones, ya sea en su origen o en su desarrollo evolutivo,  pero nos sirven también para poner al descubierto el rastro, el camino por los intrincados vericuetos cerebrales de nuestras funciones cognitivas o de aprendizaje. De hecho se están convirtiendo en un gran recurso para que, desde la neurociencia cognitiva, podamos llegar a obtener un amplio archivo de imágenes de nuestras funciones cerebrales. Se despejará así el camino para descubrir los procesos que nos permiten aprender, sentir, recordar…amar u odiar.

Nuestra propia conciencia es en realidad un complejo almacén de recuerdos que rigen los procesos mentales, pero poco sabemos cuáles son los protocolos, las acciones necesarias, para localizarlos con precisión, colocarlos, rescatarlos – revivirlos incluso con la misma intensidad que en el momento que sucedieron, o simplemente enviarlos, si ese es nuestro deseo, a los rincones menos accesibles de la memoria. Porque lo peor de todo es que parece que no tenemos ningún poder para controlar el orden de ese complicado tinglado. Y quizá no lo sepamos hasta que no podamos “retratar”, o al menos diseñar, un nuevo modelo lógico-matemático, a escala accesible de integración, del inmenso proceso de conexiones de nuestra circuitería cerebral. Se está trabajando, no obstante, en la simulación de modelos que pretenden reproducir los procesos de la actividad neuronal del Sistema Nervioso, pero el camino no ha hecho más que empezar.

Los actuales métodos de estimulación y de diagnóstico mediante imágenes podrían ser esos “ojos de la mente” que nos podrían también permitir “visualizar” la actividad bioelectrica, rítmica, que se produce en nuestro cerebro cuando realizamos ese intento de reconstrucción del pasado o el rescate preciso de nuestro trabajo de aprendizaje.

De todos modos parece no haber un lugar específico para cada dato concreto. Es como si hubiera una esfera desconocida que actúa, con fuerzas ignoradas – ¿Electromagnéticas? ¿Gravitatorias? ¿Aún por descubrir?-. Una fuerza que podría trascender los circuitos específicos de las  distintas regiones cerebrales. Ya hay datos, según los cuales la información de datos transmitida por las neuronas podría ir más allá de la aparentemente necesaria comunicación de unas a otras, como si hubiéramos dado el paso metafórico de la telegrafía con hilos a la libre de éstos.

El misterio más indescifrable no se encuentra más allá de las estrellas sino que lo seguimos llevando en el interior de nuestra cabeza. Pero lo que ya parece bastante evidente, a estas alturas, es el paralelismo visualizado entre la actividad cerebral y la cognitiva, la mutua interacción entre desarrollo neuropsicológico y aprendizaje. 


Prof. Tomás de Andrés.
U.C.M.
tomandre@edu.ucm.es

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